A raíz del pasado programa de Salvados dedicado a la industria textil, se han puesto sobre la mesa los métodos de producción y la deslocalización en determinados sectores industriales. Muchos de nosotros nos enfrentamos a las caras de aquéllos trabajadores que producían el jersey o los pantalones que nos compramos en una tienda en nuestra ciudad. Vimos las condiciones en las que trabajan y viven. Fuimos conscientes de la realidad en la que viven en algunos países que hemos convertido en “obreros” de nuestro modo de vida y nuestro estatus de país avanzado.
El fenómeno de la deslocalización no es nuevo. La globalización impuso una manera de hacer y competir y facilitó desviar producción a otros países donde se redujeran costes. En sí no tiene por qué ser negativo, siempre y cuando se aseguren unas condiciones humanas y laborales mínimas. Hablamos de evitar el empleo infantil, de asegurar un entorno de trabajo que permita tener unas condiciones dignas de vida, de no evitar la legalidad medioambiental o el protocolo de Kyoto, por ejemplo.
¿Qué fue antes el huevo o la gallina? Realmente la industria responde a las demandas de los consumidores de productos más baratos o con mayor rotación o los consumidores se han acostumbrado a este modelo que les marcaban las cadenas comerciales. Obviamente, habrá personas que tengan estrecheces económicas y no puedan permitirse productos más caros, pero ¿las colas en determinadas cadenas de ropa low cost responden a esos motivos o a la necesidad impuesta de acumular ropa sin importar su calidad o el tiempo que dure en nuestro armario? Ese modelo de consumir y tirar que todos seguimos. Una apuesta por quién lo hace más rápido y más barato.
¿Acaso no deberíamos preguntarnos cómo se puede producir o comercializar determinados productos que podemos comprar a precios extremadamente baratos? Por ejemplo, las líneas aéreas low cost, las cadenas de restaurantes donde el reclamo son las cañas a precios irrisorios, las panaderías con barras de pan a precios incomprensibles o el reclamo de la leche en los supermercados. Mención aparte de la optimización de costes o la estrategia empresarial que pueda aumentar la competitividad. Cada persona ejerce y decide con libertad qué y cómo consume pero no nos pongamos la venda y ejerzamos nuestra responsabilidad como consumidores. Que no sea necesario enfrentarnos a las caras y los testimonios de esos obreros camboyanos en un programa de televisión para ser conscientes de lo que conlleva nuestro modelo de consumo.
Noelia Hernández
Exacto. La industria ha tendió un papel fundamental en la creación de un sistema productivo y de consumo masivo, generando la necesidad de comprar nuevos productos regularmente (cada vez con mayor frecuencia), para hacer girar la maquina de hacer dinero. Sin embargo, nosotros como consumidores ya tenemos los conocimientos y datos suficientes para saber, o al menos intuir, que el precio de ciertas cosas no se corresponden con su valor, por lo que hay alguien en la cadena productiva que está perdiendo.
Como consumidores maduros ya tenemos la misma responsabilidad que las marcas, así que si queremos que el sistema sea más justo, debemos empezar por comprar de forma más inteligente y justa: Comprar menos, de mejor calidad y con procesos productivos justos y ecológicos, demostrables con certificados reconocidos.
Totalmente de acuerdo, Rasmy. Tengo la sensación de que el efecto de enfrentarnos con la realidad, como el programa de Salvados, es efímero. Y que ese modelo creado tampoco nos hace valorar otras cuestiones que no sean el precio. Nos hemos acostumbrado a comprar muy barato y se valora poco lo que te aporta lo que consumes (en todos los ámbitos). Esto daría para horas y horas de debate. Gracias por tu comentario 🙂