«Nos vamos a la mierda». En el reencuentro con un viejo y querido amigo, mientras hablábamos de lo divino y humano con una copa, esa era la coletilla con tono jocoso para definir el estado de la política internacional. En los últimos meses, ya he oído frases similares a muchos otros amigos y conocidos. Parece que la incredulidad se ha apoderado de muchos de nosotros.
Ante un señor polaco que opina abiertamente que las mujeres debemos ganar menos porque somos más pequeñas, más débiles y menos inteligentes. Ante el Presidente del imperio estadounidense que va a crear una oficina para los agravios recibidos por los nacionales de parte de los inmigrantes. Además, pretende rearmarse hasta los dientes. Ante la deriva ultraderechista de las próximas elecciones en Holanda y Francia. Parece un concurso de barbaridades. Pero barbaridades que cuentan con el respaldo de muchos votantes.
Esta crisis se ha convertido en una crisis de valores. Si creíamos que los errores del pasado se iban a resarcir e íbamos a construir una sociedad mejor, quizá el análisis estaba equivocado. El miedo y la desigualdad han acrecentado las luchas de clase, los nacionalismos y una nueva misoginia.
El hecho de que lo tomemos con cierto tono de broma es fruto del escepticismo que nos producen estos fenómenos. Nadie esperaba el Brexit. ¿Alguien esperaba a Trump? ¿Y la crisis de la UE? ¿Quizá es hora de que nos lo tomemos en serio? ¿Veremos a Le Pen Presidenta de Francia, aunque las encuestas digan lo contrario?
Ay, qué sabia es la historia y cuánto podemos aprender de ella. ¿O esta decadencia no se parece a otras vividas en épocas anteriores? Probablemente ellos también pensaron que se iban a la mierda.