La posverdad, o cómo buscar un término más elegante para algo que otrora se llamaría mentira. A secas. La costumbre de buscar lo políticamente correcto o de enmascarar una forma de manipulación.
Tanto Fundéu como los medios de comunicación internacionales propusieron esta palabra como una de las más relevantes de 2016. Me parece curiosa la coincidencia y da qué pensar respecto a la situación actual de los medios y la política mundial. Sobre todo, si unimos otras candidatas como populismo o cuñadismo, con las que puede haber historias comunes.
Bien es cierto, que el mensaje político muchas veces se basa en “medias verdades”, por no decir flagrante manipulación de la verdad en algunas ocasiones. Se apela a los sentimientos de la gente, a los instintos más básicos, deformando la realidad según conveniencia. Intentando lograr la identificación con el ciudadano. Y triunfan… Desde hoy, el Presidente de EE.UU. es un individuo que mintió sin despeinarse (nunca mejor dicho en este caso).
Quizá Trump piensa como De Gaulle, que los políticos nunca creen lo que dicen y se sorprenden cuando alguien sí les cree.
¿Cuál es la contribución de los medios al auge de la posverdad? Pueden ser partícipes por no contrastar la información que publican pero, ¿son los únicos responsables? ¿Por qué los ciudadanos no cuestionan la información? La pérdida de la capacidad de cuestionarnos las cosas está muy ligada a la falta de pensamiento crítico. Por tanto, los ciudadanos son copartícipes de la generalización de la posverdad y de la falta de la exigencia de responsabilidades al que la utiliza. Y tenemos casos más allá de la política. ¿Acaso ha dimitido el Rector de la URJC a pesar de su plagio?
Este fenómeno puede tener una relación directa con la pérdida de credibilidad de las instituciones. Toda información que provenga de ellas parecerá dudosa, incluso las que estén apoyadas en datos técnicos y fiables. Asistimos a un cuñadismo en términos estratosféricos.
Alguien puede afirmar que el cambio climático es un invento de los chinos y ser elegido presidente.
También está muy relacionado con el cambio del modelo y la forma en la que los consumidores accedemos a la información. El auge de las redes sociales y el cambio del consumo de los jóvenes, en detrimento de los medios tradicionales, puede favorecer la difusión de las noticias falsas. Tu timeline está relacionado con tus gustos y los de tu entorno, con tu ideología, con tu ámbito socio-cultural y puede sesgar el acceso de la información que obtenemos. Sin embargo, no hay gran diferencia con el consumo tradicional de medios. Normalmente la gente lee, escucha o ve aquellos medios más afines a su forma de ver el mundo.
Pero, cómo un modelo basado en datos y algoritmos decide qué te va a gustar, qué vas a leer, qué te va a interesar sí incide de forma directa en las noticias que lees. Las propuestas estarán fundamentadas en tu comportamiento previo y en el análisis del mismo pero ¿no va a condicionar tu comportamiento futuro si no te deja ver el espectro completo? ¿O acaso el hombre, como animal de costumbres, no va a alterar su comportamiento esperado? Si alguien es capaz de conocer y manejar este funcionamiento, puede alterar la difusión de información. De forma análoga a cómo un supermercado puede influir en el comportamiento de sus clientes para dirigir sus compras.
A veces me pregunto cómo sería hoy un experimento como el de Orson Welles en la retransmisión de “La guerra de los mundos”. Cuánta repercusión tendría en Twitter y si se amplificaría el efecto que tuvo en los años 30. Paradójico que la democratización de la información coincida con fenómenos que incentivan la desinformación y la limitación de la libertad de expresión y de ideas. Pero esto daría para otra entrada.
Noelia Hernández