Mientras apuraba el café, Marina movía la pierna inconscientemente. La excitación se hacía sentir en su cuerpo, deseaba que llegara el momento.
Fue hacia el baño, se lavó los dientes, las manos. Se puso un poco de colorete en las mejillas y un ligero color rosa en los labios. Se atusó el pelo y eligió los vaqueros que iba a vestir esa mañana. Y cogió la bolsa.
Al abrir la puerta de casa, sintió sobre su cara el sol que entraba por la claraboya. Apenas se había dado cuenta del maravilloso día primaveral que hacía. Solo podía pensar en que las agujas del reloj se posaran una sobre otra, para dar rienda suelta a esa sensación de libertad.
Mientras bajaba las escaleras, apresurada, saltando los escalones de dos en dos, en su cabeza retumbaba la banda sonora de Rocky. Sentía esa motivación de querer comerse la calle. La apertura de la puerta del portal era la llegada al cajón de salida. Se abalanzaba como un toro a la plaza.
Aceras desiertas y persianas bajadas
Hoy el viaje sería más corto. Sesenta pasos y allí estaba. Con su sonrisa cálida y seductora, abrazado a unos briks de leche, con sus manos enfundadas en látex, a juego con su jersey. Respetando la distancia de sus brazos estirados, sincronizaron sus pies para abrir la tapa del contenedor y se entregaron a los envases y plásticos. Apenas un minuto, parados frente a frente, a un metro. Mirándose con ganas. Acariciándose con las miradas.
Día 13, año 1.
Trece días de confidencias. Trece días de compartir desayunos y cenas. Trece días de mensajes interminables. Trece días de cañas en bares virtuales. Trece días de amor coronavírico.
Trece días y doce citas en lugares insospechados. Encuentros cronometrados, al calor del confinamiento. Nunca tuvo tantas aspirinas ni tan limpias las camisas.
¿Quién le iba a decir a Marina que la persona con la que peleó por el último paquete de papel higiénico del supermercado sería doce días más tarde el centro de su mundo de aislamiento?
Noelia Hernández
Marzo 2020 (Año 1)