Confieso que soy fan de los aeropuertos, de las estaciones de trenes, de las estaciones de autobuses. De aquellos reencuentros con la gente que quieres, tan esperados durante meses. Meses separados por la distancia, forzada por el exilio. Aún me emociono al recordar la víspera de aquellos momentos, en los que por fin podías abrazar a tus padres, a tu hermano, a tus amigos, después de días, semanas de conversaciones por teléfono, vídeoconferencias por skype, echando de menos el tenerles cerca. Aún hoy observo con complicidad esas escenas, entendiendo cada sensación, cada sonrisa, incluso cada lágrima. Experiencias que aún comparten muchas familias españolas. Y vivencias inigualables que disfrutamos los que alguna vez decidimos probar fortuna movidos por la inquietud de conocer mundo.
Hace unos meses compartí vuelo con una chica de Málaga. 26 años, filóloga y maestra. Harta de cuidar niños y trabajar de camarera, se iba a Londres a probar suerte. Nerviosa porque nunca había vivido fuera de España. Esperanzada en poder encontrar un trabajo por fin relacionado con sus estudios. Como ella, todos conocemos ejemplos.
El fenómeno de la emigración de los jóvenes españoles no es nuevo ni fruto únicamente de la crisis económica, si bien ésta ahondó en las causas del éxodo. La necesidad de buscar un sitio y un futuro profesional que se acerque a lo que soñaste ya era un hecho en la “España que iba bien”. Entonces, al menos existía la opción de conformarse con un trabajo menos motivador. Ahora, ni eso. Y desde hace años, cientos, miles de jóvenes españoles se labran su futuro en otros países y otras ciudades, alejados de su origen.
El germen, aunque muchos no lo entiendan, está en una estructura económica y un mundo laboral que no es capaz de reconocer el talento ni emplearlo. No es que en España haya demasiados universitarios, es que no contamos con el número suficiente de empresas que sepan aprovechar ese conocimiento y premiarlo. Seguimos anclados en sectores con menor valor añadido. Por no hablar de la precarización del trabajo y las trabas para desarrollar una carrera profesional, bien de manera autónoma, bien como asalariado. Ese talento que es reconocido y bienvenido allende los mares. Por fortuna, se vislumbran cambios, aún tímidos. Pero, ¿de qué sirve tener las generaciones más formadas de nuestra historia si no se les da alternativas? Porque no es lo mismo irse voluntariamente que ser expulsado.
Algunos tuvimos la suerte de poder volver y encontrar nuestro sitio. Otros no pueden o ya no reconocen a España desde la distancia. Años vividos en otros países y otras culturas, formando el epicentro de tu vida adulta: tu pareja, tu propia familia, una carrera profesional, un reconocimiento, la realización personal. Cuántos amigos y compañeros enormemente talentosos no han vuelto. A pesar de estar dispuestos a renunciar a sueldo y proyección profesional, no les garantizan condiciones que les permitan disfrutar de sus hijos, horarios racionales, un salario acorde con su valía profesional, estabilidad, pagar una hipoteca…
Las dudas y la crisis de identidad de los que hemos vivido fuera al volver a tu ciudad de origen nos hace reconocernos entre nosotros. Crea un club silencioso, con lugares comunes, donde ya no eres ciudadano de aquí pero tampoco de ningún sitio. Club enriquecedor, que te hace valorar las virtudes de los sitios en los que has vivido mientras desarrollas un gran sentido crítico… Ay, como en España no se vive en ningún sitio! Qué poco se valora aún en nuestro país esta experiencia internacional. Incluso sigue despertando recelo.
Y mientras, hemos vivido años de pocas propuestas políticas para evitar este fenómeno. Propuestas que no parecían entender por qué los jóvenes se van y por qué no vuelven. No se trata de crear unos puestos con apoyo estatal, cuyo presupuesto no esté asegurado. No se trata de crear ayudas para que las empresas contraten a exiliados. Se trata de cambiar el entorno laboral, el clima empresarial, la manera de hacer, conciliar, racionalizar horarios, modernizar nuestra estructura empresarial y ser capaces de lograr la convivencia de experiencia y juventud. Partidos cuyo contacto con la juventud parece limitarse a los cachorros criados al abrigo de los aparatos. Dirigentes que no ven el diamante en bruto que estamos dejando escapar.
Queda mucho trabajo por hacer. Motivar a nuestros jóvenes. Hacerles sentir que sí tienen oprtunidades. Aunque las repercusiones demográficas y empresariales de esta emigración las veremos en los próximos años, nunca hay que perder la esperanza.
Noelia Hernández
Imagen: gratisography.com
Un pensamiento en \"EMIGRAD, EMIGRAD MALDITOS. ¿POR QUÉ SE VAN LOS JÓVENES ESPAÑOLES?\"