DE QUÉ HABLO CUANDO HABLO DE VIAJAR

Primero de agosto. España se detiene. Millones de personas se disponen a descansar de la rutina. Vacaciones, ese tiempo deseado para disfrutar de la gente importante, sin robarlo a la monotonía. Días eternos en la playa. Siestas sin despertador. Conversaciones nocturnas en el porche. Madrugadas sin remordimientos. Vivir, permitirte tu ocio deseado y olvidarte de las obligaciones. Y por fin, en mi caso, viajar. Poner rumbo a lo desconocido. Ciudades, países, gente diferente.

Vacaciones, ese tiempo deseado para disfrutar de la gente importante, sin robarlo a la monotonía

Ansiados aeropuertos, etapa inicial y meta volante hacia paraísos cercanos y amigos lejanos. Recuerdo la colección de “monedas de viajes” de mi infancia. Esperar con emoción el retorno de algún familiar para ver los dibujos y las letras de estas piezas. La curiosidad inoculada. Las historias de países donde se hablaba diferente, se vestía diferente, se comía diferente y hasta tenían colores de piel diferentes. Los viajes con mis padres, espontáneos, inesperados. Y ahora tomo el relevo. Soy yo la que regala “monedas de viajes” e historias de países. Esperando dejar, al menos, la curiosidad como herencia.

Como leí una vez: “hay personas que viajan y otras que se desplazan”. Yo, definitivamente, amo viajar, amo enfrentarme a lo desconocido, a lo diferente. Escapar de lo habitual. Descubrir. Da igual si cerca o lejos. Nunca antes una clase de historia fue tan efectiva como la adquirida mientras viajas. Nunca antes las culturas se aproximan tanto. Nunca antes escuchaste esas leyendas locales. Viajar no solo alimenta el espíritu sino que te enfrenta a tu yo más real. Perder los miedos, destrozar tabúes y vencer prejuicios.

Recuerdos infinitos, fotografías que nunca se hicieron e historias acumuladas.

No solo eso, en la aventura del viaje descubres a tus acompañantes. Quizá ese amigo al que conoces desde la infancia. Quizá esa nueva persona que ha entrado en tu vida. Nada más esclarecedor que experimentar 24 horas a su lado y alejarte del entorno habitual. Conocer vuestras manías, vuestros tempos, vuestros estados de ánimo. Todos tenemos nuestros compañeros favoritos de viaje, curtidos en mil anécdotas. Esos con los que tan solo una mirada o un gesto bastarán para decidir qué hacer o dónde ir en la encrucijada.  Con ellos, al fin del mundo.

Aviso a navegantes: si alguna vez me pierdo, probablemente estaré viajando.

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